Divago, pienso en las madres que abanican a sus hijos y a mi mente viene la imagen martiana de la madre con su niña enferma que llora en un cuarto oscuro. Cierro los ojos y me volteo buscando el frescor de las sábanas, pero no hay modo de que el sueño vuelva: "hoy no se pudo conseguir pan, mañana temprano a buscar los dos panecillos de la cuota, hace semanas que no entra el yogur de soya de los niños, bueno, pues refresco en polvo, ¡contra! casi no queda azúcar, si van a quitar el pan también en las escuelas ¿para qué seguir pagando el seminternado? de todas maneras, para arroz y chícharos, mejor en casa...".
Reviso la hora, pasan de las 4:00 a.m, me revuelvo molesta, quiero dormir: "ya va para un mes que no puedo comprar pollo ni aceite ni detergente, quizá el mes nos pase a todos los de la 1858 y no logremos adquirir nada".
Abro los ojos y me levanto. Pienso en un vaso de leche y una sonrisa nostálgica se me diluye mientras bebo un trago de agua y el tufo de la masa de croquetas, que compré el día anterior, me golpea en el centro del estómago: "leche, harina, huevos, mantequilla... unas arepitas con miel... ¡hum!".
Regreso al cuarto y a la cama que parece estar sembrada de espinas. Por los cristales se divisa una tenue claridad. Recuerdo las miradas taciturnas de las personas que hacían colas hoy: "pareciera que esperaran a la muerte, los ojos perdidos y las almas rotas... ¿así me veré desde afuera? ¡Huy! el pie de Ana está creciendo, ojalá que aún le queden los tenis, ya ahorita empieza la escuela, por suerte la mochila resiste un curso más, ¡caramba!, tengo que comprar libretas, ¿a cuánto estarán?...".
-¡Buenos días, mamá!
-¡Buenos días, mi amor!
-¿Cómo dormiste?
-Muy bien. ¿Y tú?
Tu amiga M. desde la isla cárcel